De un tiempo a esta parte los vehículos de transporte público, los Trufis, decidieron poner en circulación unos autos de tres filas de asientos y solamente cuatro puertas. Los trufis de 4 puertas llevando a 5 pasajeros (inaudito) pasaron a la historia; son cada vez menos pero las incomodidades son más.
Ahora este "eficiente" transporte público lleva 8 pasajeros distribuidos de la siguiente forma: 2 pasajeros adelante. El asiento central sobre el freno de mano y la caja de cambios permanece intacto pese a la incomodidad, y sobre todo, la inseguridad que esto conlleva. En la fila de asientos del medio, entran dos pasajeros en los asientos originales, vale decir cómodamente sentados si son personas de estatura y peso estándar. Pero además queda el asiento al lado de la puerta derecha del vehículo que es una suerte de taburete tipo transformer que se dobla para dejar pasar pasajeros a la fila de atrás. Digo taburete por que el ancho está reducido a un espacio inferior al tamaño de unas nalgas normalitas que puedan posarse cómodamente. Lo llamo transformer porque esta construido en fierro sólido que se contrae hacia adelante para dejar un espacio ridículo para pasar a la última fila. Si tienes suerte no rasgará tu pantalón con los ángulos de fierro soldado del taburete. Y para finalizar está la última fila de asientos en la que deben caber tres personas. Mala suerte si el pasajero del fondo debe bajar, porque 3 personas tendrán que descender para dar paso, a lo mejor en medio de la calle.
En una rápida apreciación, es como ir en una lata de sardinas. Tanto nos habíamos quejado de los minibuses que ponen en riesgo a los pasajeros que bajan continuamente para dar paso a quienes se quedan en la "esquina" y ahora que pasa exactamente lo mismo con los trufis nadie dice nada. No hay quien reglamente las características que deben tener los vehículos de transporte público para brindar un servicio cómodo y seguro.
¿Quién dejó la puerta abierta?
"Dejar la puerta
abierta" significa mantener la esperanza para que algo que deseamos
suceda. En una relación de pareja rota, "dejamos la puerta abierta"
con la esperanza que se pueda restablecer. En una negociación "dejamos la
puerta abierta" para que la contraparte se tome su tiempo para cerrar el
trato.
Sin embargo "dejar la puerta
abierta" tiene otras implicancias: Dejar la puerta abierta deja
salir todo. Y eso esta sucediendo, en el mundo de los fiscales, alguien dejó la
puerta abierta y ahora salen a raudales las denuncias de corrupción y extorsión.
Según datos de la propia
Fiscalía General del Estado, el año pasado, de aproximadamente 500 fiscales en
todo el país 200 tenían procesos disciplinarios y penales.
Para imaginar esta realidad
elegí la fotografía del norteamericano Ralph Gibson.
De la serie: El Sonambulista (1968) Ralph Gibson |
La luz que proviene del
interior de la habitación (aparentemente originadas en dos fuentes de luz) proporciona a la puerta y a la mano un intenso brillo,
casi diría sobrenatural. ¿Es realmente una mano humana, divina, del más allá? Por otro lado, la
fotografía está ligeramente inclinada hacia la izquierda lo que ocasiona un
desequilibrio, generando así un movimiento continuo. ¡Está sucediendo!
Al igual que las
denuncias a los fiscales se están llevando a cabo hoy, éstos días y desde hace
mucho tiempo. A tanto llega el problema, que existen asociaciones de
personas afectadas por las cuestionadas acciones de algunos fiscales y que
protestan en las calles. Por un equilibrio natural también protestan quienes
apoyan al cuestionado fiscal y parecería fueron contratados para tal propósito.
Todavía hay más, el propio Fiscal General de la Nación en un continuo trabajo
de destitución a fiscales probadamente corruptos tiene que instruir a algunos
de los fiscales se comporten a la altura de sus funciones y cumplan con sus
obligaciones civiles.
Alguien dejó la puerta abierta
y difícilmente se volverá a cerrar. Pero eso es bueno, con la puerta abierta se
podrían solucionar los problemas. No me gustaría oír en un futuro cercano que un
fiscal es asesinado como medida desesperada para cerrar la puerta.
Mondrian en La Paz
Andar por la ciudad para un fotógrafo implica agudizar la mirada para descubrir nuevos puntos de vista que nos permitan apreciar, de distinta forma, lo que vemos todos los días. En el ejercicio de esa interminable búsqueda me di de frente con un edificio que escogió para su fachada un estilo de pintura bastante especial, tanto así que lo primero que me dije fue: "Mondrian está en La Paz".
Mondrian by H. Kranen |
Esta edificación está pintada al mejor estilo neoplasticista, del pintor holandés Piet Mondrian. Éste artista trataba de entender al universo a partir de la "retícula cósmica" representada por figuras geométricas básicas (líneas y rectangulos en colores básicos) y repudiando las características sensoriales como la textura, eliminando las curvas y todo lo formal. Un claro ejemplo son sus pinturas no figurativas a las que llamó "composiciones" de formas rectangulares en rojo, amarillo, azul y negro. Separadas por lineas gruesas y delgadas de color negro. Todo esto como resultado de una evolución estilística del autor.
La fachada de esta edificación logra, con el uso de los rectángulos de colores mimetizados con los rectángulos de las ventanas, un dinamismo particular. Genera un movimiento diagonal que atraviesa todo lo ancho del edificio, desde el primer hasta el último piso.
Grata sorpresa al ver que existen profesionales entusiastas que tratan de innovar en la estética de nuestra ciudad. Es importante mencionar que este entusiasmo fue aplicado en la década de los 80s por los cosméticos L'Oreal en su campaña de productos para el cabello. También el grupo musical australiano SilverChair, diseñó la tapa de su album "Young Modem" (2007) en el mismo estilo.
En mis próximas incursiones urbanas trataré de detectar nuevas iniciativas artísticas.
Los Mil y un Rostros
En las ultimas semanas, los medios se
han ocupado de informar ampliamente de fugas de refugiados políticos,
asambleístas con sentencia y prófugos, redes de corrupción al interior de la
policía y las entidades judiciales, jueces suspendidos que continúan ejerciendo
funciones, etc… Y si retrocedemos, desde las ultimas semanas hasta la última
década, la lista se multiplica y este escenario devela actores que juegan sus
roles en toda la estructura social y gubernamental sin respetar a nada ni a
nadie.
La lectura de esta situación me permite
identificar muchos rostros de la justicia boliviana. El rostro de la “justicia
de Jueces y Fiscales” quienes, parecería que tienen una propia lectura de las
leyes, y si no pregúntenles a varios de estos actores que se encuentran al
interior de la penitenciaría de Palmasola. Está también, el rostro de la “justicia
política” movida por el motor ideológico. Personajes acusados de todo y de nada
que se someten a juicios en los que la verdad no tiene chance alguno, motivo
por el cual están en la cárcel o deciden fugar. La policía también ayuda a
darle un rostro diferente a la justicia, “justicia institucional”, cuando por
iniciativa propia decide armar una estructura con sus propias leyes y en su
propio beneficio. Hasta la “justicia comunitaria” tiene su rostro en este careo
de la justicia.
Mil y un Rostros, 1957, Peter Keetman, Museum Ludwig Colonia |
Éste mi sencillo análisis me permite
comparar la fotografía de Peter Keetman
(fotógrafo alemán 1913 – 2005) cuyo título resume a cabalidad mi visión de la justicia
boliviana: “Mil y un rostros”.
Técnicamente Keetman aprovecha el
fenómeno físico de la refracción de las gotas de agua, ordenadas en una rejilla
metálica. Pero en un orden aleatorio, que no responde a una lógica establecida
(como debería hacerlo La Justicia) a través de las cuales se refracta la imagen
de un rostro que en la imagen aparece totalmente desenfocado. Priman aquí los
mil y un rostros, las mil y un gotas que hacen de lentes, y si miramos
detenidamente cada una de las gotas, refracta una parte diferente del rostro
según se encuentre en la parte superior, inferior, derecha o izquierda.
Acertadamente podríamos decir: “Depende del lente con el que se vea”. Y lo mismo
pasa con la justicia boliviana, depende del lente con que se vea para determinar
a quién favorece.
Quizás la foto no es muy conocida,
pero sí la realidad de la justicia boliviana que no deja de sorprender con sus
procesos. Analistas, profesionales de las leyes, Derechos Humanos, población en
general, Gobierno, todos coinciden con la profunda crisis de la justicia, pero
casi nada se hace al respecto. Si fotografiáramos la justicia boliviana, quizás
se vería como la foto de Keetman, donde no se ve el verdadero rostro, el
desenfocado, el que quisiéramos conocer. Sólo podemos ver los mil y un rostros que tanto daño nos hacen.
NIÑOS A CONTRALUZ
Lo
que está pasando (desde hace décadas) en las cárceles bolivianas es realmente
deplorable. Niños que viven en los
recintos penitenciarios con sus padres pagando un crimen del que no tienen
culpa alguna, poniendo en riesgo su integridad física y sicológica, además de
asimilar el entorno inmediato como algo natural cuando la sociedad precisamente
ha recluido a los condenados para corregir y pagar por sus errores. Es más, ya
se han denunciado ataques sexuales y violencia física en contra de algunos niños,
situación que inquieta a toda la sociedad menos a los padres encarcelados que
hacen lo posible por que sus hijos continúen en ese ambiente nocivo.
Georgi Zelma Calle asiática cubierta con hombre y niño, 1926 Museum Ludwig Colonia |
Toda
esta situación me transporta a visualizar una imagen de Georgi Zelma, fotógrafo
documentalista nacido en Uzbekistán (1906 – 1984), en la que precisamente un niño se ve en esa
dimensión, en la oscuridad, en la incertidumbre. Si bien hay un adulto en la
foto -al igual que en las cárceles viven con su padre o madre- la genialidad y
la técnica del fotógrafo logran que el niño, aún acompañado, se vea en el más
completo desasosiego, tal cual es nuestra realidad. Técnicamente hablando se
encuentran en un contraluz que en términos narrativos tiene mucha fuerza.
En
la fotografía, por una elección de Zelma, el fondo esta correctamente expuesto,
lo que induce a ver con mayor claridad el ruinoso fondo de la calle,
distinguimos claramente la calamitosa construcción en madera y lo que en otro
tiempo pudo ser el techo, que a su vez proyecta una sombra en el piso que hace
más dramática la situación. Casi una reja de fierro que emerge del piso de tierra
para envolverlos, diría encarcelarlos.
Se
me antoja sacudir las telas del techo para llenar el espacio de polvo y
tierra y convertir la imagen en un espacio mucho más ruinoso y que pueda reflejar más
acertadamente lo que se ve en los panópticos del país. Cuántas veces hemos
visto u oído acerca de la lamentable situación de las cárceles: hacinamiento,
misérrimo estado de las edificaciones,
poca o ninguna higiene y salubridad. Y hoy en día: abuso a menores.
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